jueves, 30 de enero de 2020

Lecturas en el WC


La biblioteca presenta lecturas para momentos íntimos...

Bajo las rojas murallas de París estaba formado el ejército de Francia. Carlomagno iba a pasar revista a los paladines. Ya llevaban allí más de tres horas; hacía calor; era una tarde de comienzos del verano, algo cubierta, nublada; dentro de las armaduras se hervía como en ollas a fuego lento. No hay que descartar que alguno de aquella inmóvil hilera de caballeros hubiera perdido ya el sentido o se hubiera adormilado, pero la armadura les mantenía erguidos en la silla, a todos por igual. De pronto, tres toques de trompeta: las plumas de las cimeras se sobresaltaron en el aire inmóvil como ante una ráfaga de viento, y enmudeció de inmediato aquella especie de bramido marino que se había oído hasta entonces, y que era, está visto, un roncar de guerreros ensordecido por las golas metálicas de los yelmos. Y por fin, le descubrieron avanzando desde lejos, llegaba Carlomagno en un caballo que parecía mayor de lo natural, con la barba sobre el pecho, las manos en el pomo de la silla. Reina y guerrea, guerrea y reina, dale que dale, parecía algo avejentado, desde la última vez que le habían visto aquellos guerreros.
Detenía el caballo ante cada oficial y se volvía a mirarlo de arriba abajo:
¿Y quién sois vos, paladín de Francia?
¡Salomón de Bretaña, sire!–respondía aquél a voz en grito alzando la celada y descubriendo el rostro acalorado, y añadía alguna noticia práctica, del tipo–: cinco mil caballeros, tres mil quinientos infantes, mil ochocientos de servicio, cinco años de campaña.

***

- ¿Y vos? –El rey había llegado ante un caballero de armadura totalmente blanca; sólo una fina línea negra corría todo alrededor, por los bordes; el resto era cándida, bien conservada, sin un rasguño, bien acabada en todas las juntas, coronada en el yelmo por un penacho de quién sabe qué raza oriental de gallo, cambiante con todos los colores del iris. En el escudo había dibujado un blasón entre dos extremos de un amplio manto drapeado, y dentro del blasón se abrían otros dos extremos de manto con un blasón más pequeño en medio, que contenía otro blasón en su manto aún más pequeño. Con dibujo cada vez más fino se representaba una sucesión de mantos que se abrían uno dentro de otro, y en medio debía de haber quién sabe qué, pero no se conseguía distinguir, de tan diminuto que se hacía el dibujo. –Y vos ahí, os presentáis tan pulcro…–dijo Carlomagno, que cuanto más duraba la guerra menos respeto por la limpieza veía en los paladines.
¡Yo soy –la voz llegaba metálica desde dentro del yelmo cerrado, como si no fuera una garganta, sino la propia chapa de la armadura la que vibrase, y con un leve retumbar de eco–Agilulfo Emo Bertrandino de los Guildivernos y de los Otros de Corbentraz y Sura, caballero de Selimpia Citerior y Fez!
Aaah... –dijo Carlomagno, y del labio inferior, algo salido, le brotó un pequeño trompeteo, como diciendo: «Si tuviera que acordarme del nombre de todos ¡estaría aviado!». Pero de inmediato frunció el ceño–. ¿Y por qué no alzáis la celada y mostráis vuestro rostro?
El caballero no hizo ningún gesto; su diestra enguantada con una férrea y bien ensamblada manopla se aferró más fuerte al arzón, mientras que el otro brazo, que sostenía el escudo, pareció sacudido por un escalofrío.
¡Os hablo a vos, paladín! –insistió Carlomagno –. ¿Cómo es que no mostráis la cara a vuestro rey?
La voz salió neta de la mentonera: –Porque yo no existo, sire.
¡ Y ahora esto! –exclamó el emperador–. ¡Entonces tenemos entre nuestras filas un caballero que no existe! Dejadme ver.
Agilulfo pareció vacilar un momento, y después, con mano firme pero lenta, levantó la celada. El yelmo estaba vacío. Dentro de la armadura blanca de iridiscente cimera no había nadie.

Italo Calvino, el caballero inexistente.

miércoles, 29 de enero de 2020

Desayuno con el Club de Teatro

Os copio la entrada de hoy en Instagram con motivo del desayuno con el Club de Teatro:

No es la loca hora del té. No está la Liebre de Marzo, no está el lirón ni el Sombrerero Loco, aunque uno sí se le parece. No es al aire libre, tampoco hay tazas de porcelana y de ceremonioso y aburrido no tiene nada. Más bien todo lo contrario. Es el caluroso, informal y festivo desayuno que el Grupo de Biblioteca ha organizado hoy para agradecer al Club de Teatro su labor y contribución a la vida cultural del Fuente Juncal. No nos cansaremos nunca de repetirlo. ¡Gracias!